martes, 17 de julio de 2012

"COGIDO EN SU PROPIA TRAMPA"



“Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres… ¿Por qué vosotros no me creéis?” Juan 8:36 y 46




Esta curiosa formación montañosa se halla en los montes de Wyoming, EE.UU. y se la llama Torre del diablo. Tal vez debe su nombre a la escabrosidad de sus escarpadas y peligrosas laderas, como figurando la maldad del diablo, quien procura atrapar al hombre y esclavizarlo bajo su voluntad.


Un joven llamado Harry Morris, fue presa del maligno. Era muy culto, bien parecido, y buen orador, y aunque hijo de una fiel cristiana, vino a ser el líder de un grupo de los llamados “librepensadores”, o sea ateos, quienes gozaban burlándose de Dios.


Cierto día hizo una elocuente charla en la que con mucha guasa ridiculizó a los cristianos y se mofó de Dios. Sus asiduos seguidores le ovacionaron calurosamente, por lo que se sentía muy satisfecho. Al salir se topó con un conocido suyo desde la infancia, un hombre de fe al que respetaba, reconociendo su integridad. En el rostro del anciano se veía el disgusto por lo que el joven dijera. Este trató de esquivarlo, mas él le detuvo, y le dijo muy serio:


—Querido Harry, Dios te ha dado una gran elocuencia y facilidad de atraerte a los demás. ¡Qué gran responsabilidad te acarreas, al conducirlos contra Dios! Deseo que Él perdone tu maldad. Mas recuerda esto: algún día puedes encontrarte en un gran peligro, cogido en la trampa. Entonces sentirás la mano de Dios sobre ti, y conocerás Su poder, pero tal vez ya sea tarde.


Estas palabras estremecieron su corazón, pero truncaron sólo momentáneamente su entusiasmo y orgullo, pues la humildad no era su fuerte. Seis meses más tarde iba alegremente a su trabajo, y más engreído de sí mismo que nunca. Se sentía con motivos para ello; el mismo director del banco le había felicitado por su buen logro. Era perfecto el sistema de seguridad de la cerradura que él había ideado para la cámara acorazada del establecimiento, a prueba de ladrones. De la misma sólo se hicieron dos llaves: una en poder del dueño del taller donde la fabricaron y la otra que le dieron a él, de modo que nadie más podía abrir tal puerta.


Cuando fue instalada la puerta, todos los empleados se apiñaron para ver la obra maestra, aunque nunca se les permitió ver el sistema de sus cerraduras. Harry, al cual se le veía engreído, pasó dentro de la cámara, y quiso comprobar si la puerta giraba sobre sus goznes sin chirriar; la impulsó suavemente, pero sin darse cuenta se cerró saltando los resortes de seguridad, quedando cerrado dentro, y sin poder abrir.




Harry se dio cuenta al momento que ¡estaba atrapado en su propia trampa! Nadie podría abrirle, excepto el dueño del taller, quien tenía la otra llave. ¿Se acordarían los empleados de esto, y le harían venir?


Pronto el horror hizo presa de él, estaba en una situación crítica; Harry se puso frenético: gritó, golpeó y arañó la puerta, pero en vano. Pensó estremecido si no moriría sofocado antes de que fuera sacado de allí. ¿Podría vivir lo suficiente para que el otro poseedor de la llave viniese a sacarle? Con espanto recordó las palabras que su amigo cristiano le dijera:


—Tal vez algún día te veas atrapado en una trampa. ¡Entonces sentirás la mano de Dios sobre ti y conocerás Su poder; pero tal vez ya sea tarde!


En su oscuro encierro se sintió frente a Dios y a su futuro. La mano divina había caído sobre él y le mostraba que Él existía y que era Juez en toda la tierra.


Sintió que el aire se hacía sofocante. Unos minutos más, y toda ayuda sería vana. Como un rayo de luz vino a su mente este pasaje: “Clamaron al Señor en sus angustias, y Él los libró de sus tribulaciones” (Salmo 107:6). Aunque dudaba si podría ahora invocar al Dios que había escarnecido, se dio cuenta que sólo podía clamar a Él aunque no mereciera Su clemencia. Ahora se daba cuenta que había un Dios, un cielo y un infierno.


Por primera vez en su vida se arrodilló con sincero arrepentimiento en su alma, ante el Dios de toda gracia, apoyando su cabeza en los fríos muros de acero, y pidió que si no iba a sobrevivir, que le perdonase todos sus pecados por medio del Señor Jesucristo.


Convencido e no salir de aquel trance con vida, pensó en su madre y en su dolor si él moría; sacó de su bolsillo un lápiz y un pedazo de papel y escribió lo mejor que pudo: “Dios te bendiga, querida mamá; he pedido a Dios que me perdone.” Presa del dolor, quedó inconsciente.


Cuando volvió a abrir sus ojos, todo le parecía irreal: estaba en su cama y su madre a su lado cogiéndole una mano, y sin apercibirse muy bien de lo que ocurría, oyó exclamar a ésta:


—Gracias, Dios mío, por haber salvado el alma de mi hijo, y también su vida.


Pronto se fue recuperando en su salud, y en su habitación fue dándose cuenta de lo que había sido su vida pasada, y ahora deseaba de verdad, dedicar a Dios la vida que le quedaba. Muchas veces se sirvió de su propia historia para traer a otros a los pies de Cristo.


Querido amigo, no ignoras que cada día se producen muertes súbitas y violentas. Las trampas de Satanás abundan por doquier, y nuestra vida está siempre en un hilo. ¿Estás preparado para la eternidad? Esta nos aguarda a todos. Y lo más solemne del caso, es que debemos ir al encuentro de Dios allá. ¿Estás realmente preparado para enfrentarte a Él?


Ahora Dios, “el cual quiere que todos los hombres sean salvos” está ofreciendo el perdón de los pecados por el Señor Jesús, quien murió en la cruz por nosotros, manifestando así la “gracia de Dios que trae salvación a todos los hombres” y por ello “manda a los hombres, que todos en todas partes, se arrepientan” (1 Timoteo 2:4; Tito 2:11; Hechos 17:30).


Por tanto, querido amigo, si aún no has lavado tus pecados en la preciosa sangre de Cristo, te pedimos que lo hagas de inmediato. ¡Mañana puede ser tarde!


“¿Cómo nosotros escaparíamos del castigo, si menospreciamos tan preciosa salvación?” (Hebreos 2.3) Pues “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16)

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